domingo, 1 de octubre de 2017

Selección y dureza.

  Año 1972, Orestes Cendrero nos acerca un breve texto pero dirigido fulminantemente a la yugular del colombófilo.¿Por qué? Porque en unas escuetas líneas nos sitúa en un lugar desconocido por muchos, colombófilos que viven eternamente soñando. Este año sí, o esta pareja sí, o este huevo sí. Indudablemente necesitamos de las buenas manos de un piloto, pero sin un coche con garantías, uno adecuado  que incluso  nos mejore, nos conduce a un final previsible.
Existen muchas clases y tipos de colombófilos y todos tenemos aspiraciones  propias. Mi cuadro reproductor está basado en el vuelo, en sueltas donde muy pocas palomas regresan, y donde hay cinco y seis generaciones de gran fondo voladas en casa. Progresivamente van desapareciendo las fundadores, y consolidándose los herederos de aquellos pioneros. Yo elegí este tipo de colombofília y voy escribiendo una bonita página mientras los hechos van desarrollándose. Es mi elección, y todas son respetables. La tuya también.
  En la actualidad, pero ya desde hace años, uno se da una vuelta por casa y encuentra muy pocas palomas que no tienen nada que ver con lo mío. Necesarias también obviamente, pero en su justo porcentaje. El 90/95% de lo que hay en casa es mío, nacido en mis instalaciones, muy seleccionado, y con muchas generaciones de cepillo detrás. El resto, palomas que se incorporan para probar, para explorar nuevas vías,  para abrirme y jugar, pero no en exceso. Y muy pocas de estas acaban incorporándose. Creo que es una maravillosa fórmula, pero para ello tuve que sufrir mi propia travesía por el desierto hasta encontrar un vehículo que se adaptara a mi agresiva forma de conducir. Para poder llegar a esto, y os aseguro que después, todo es más fácil, hay que poseer manos y palomas, o en su defecto, una inmensa ilusión por acercarnos a ese magnífico binomio de éxito.

  Mañana, el último artículo de la trilogía de Bellani y su experiencia con los 1.300 km.



PabS.