lunes, 22 de enero de 2018

Mi historia. (Primer parte). La colombofília menorquina.



    "Para avanzar, uno necesita tener enemigos. Si no los tienes,  es porque pasas por esta vida sin cambiar nada".

  Que mejor encabezamiento para un artículo, que una frase que deja un intenso aroma a verdad en su significado. No, no debería ser así, pero lo es. La frase no es mía, me la pasó ayer un amigo, por razones obvias.
 En ocasiones logramos cambiar el devenir de los acontecimientos, y rápidamente nos acostumbramos a la nueva situación, al nuevo orden establecido, pero cometemos el mayúsculo error de olvidar de donde venimos, y donde estuvimos perdidos tanto tiempo. Quedarse con algo de mierda en el bolsillo no es mala idea, para recordar como huele.

En esta serie de capítulos os voy a contar mi historia, la colombófila, una historia muy personal, para que podáis juzgar por vosotros mismos, y sobre todo, para que tú, que repites sin conocer, tengas la otra versión de un cuento, que algunos, se empeñaron en cambiar su final.

  El Club la Mensajera Mahonesa fue fundado en 1928.  A lo largo de su dilatada trayectoria obtuvo algunos éxitos sonados, muy sobresalientes por la dificultad de volar en la isla. Para poneros en situación, amigo lector, debes recordar que en esta isla, no hace mucho tiempo, con una sola paloma marcada desde la península se ganó algún campeonato. O el fatídico 2011, año en el que no volé, y que se tuvo que suspender el final de fiesta. Ese año regresamos al pasado, porque éste, está siempre recordándote que puede volver a llamar a tu puerta. Ese 2011 fue un paso hacia atrás. 

  En el año 2010, llevábamos más de 70 años de colombófila en la isla, y, salvo algún episodio asilado, se había instaurado un sólo gran fondo (Baza), donde marcar ya era un milagro, y hacerlo en el día de la suelta, un casi imposible. 
Normalmente entre los socios, la media para lograr meter una paloma desde un gran fondo corto como es Baza, estaba situada en los 7 años. ¡Una paloma de gran fondo cada 7 años!. Yo mismo, en una colombófila deprimida, tuve que pasar por ese filtro. Comenzar hoy, es mucho más fácil que antaño.
Desanimarse era muy fácil por aquellos tiempos. Uno cuando se mueve en semejantes océanos, debe ser muy duro, querer mucho a la colombófila para aguantar esa bravura, ese mar que te escupe a la cara, y te grita: ¡No pasarás! .  Y  los isleños, como los vikingos de antaño,  somos graníticos, porque una sola paloma, aunque no volvieras a ver  más pluma en otros 7 años, era suficiente para mantener la llama de la ilusión. El barco se hundía, pero ninguno de aquellos colombófilos gladiadores estaba dispuesto a abandonar.

Ilusión sí, pero aderezada siempre con grandes dosis de pesimismo, uno que se iba transmitiendo de generación en generación, de padres a hijos. Esto, muchas veces te hace perder la confianza en ti mismo, y observas desde la distancia, que lo que practican en la península, y ya no decir los Belgas, holandeses, etc, no es colombofília, sino otra cosa, porque perder la mitad de las palomas en simples velocidades, y hacerlo cada año desde que la colombófila se fundo en la isla, hacía algo más de 70 años, era una losa muy pesada, incluso para un doctorado en optimismo.




El verano solía ser un oasis, donde los menorquines recobraban fuerzas, olvidaban aquellos "palos", y se visitaba a aquellos afortunados (dos o tres) que habían podido marcar de gran fondo. Y la temporada siguiente, nuevamente, la primavera volvía a florecer. Este ciclo se repetía en un interminable bucle que siempre concluía con la siguiente frase: Aquí no se pude volar. U otras del estilo de:
¡Que venga Márquez con sus "Mickys" y los suelte desde Monte Toro!, afirmaban socarronamente otros. Sí, había que estar ahí, para entenderlo. 

En el año 1999...Pedro Mir, insertaba en el interior de una de las revistas de la época, la siguiente encuesta, en un grito de auxilio totalmente desesperado.




El poso de tristeza era tan grande que se llegaba a extremos como ese. O peor aún, en el año 2003, el mismo Pedro,  hizo venir a la isla a un conocido colombófilo holandés (o Belga, no lo recuerdo), para que con lupa incluida, les seleccionara las palomas. Lo que no valía, algunas de las "sentenciadas",  que sí habían demostrado con hechos su calidad, fueron "ejecutadas". Una lupa a la luz del sol, decidía, al estilo antiguo,  como en los antiguos circos romanos. Pulgar arriba pulgar hacia abajo, si merecían o no, vivir. Una pupila, un círculo de correlación, uno más o menos, podía ser la diferencia.
  En aquel momento, yo era un imberbe colombófilo, al que le faltaban varios hervores para comprender aquel cúmulo de despropósitos,  pero  aquello a mi me causó verdadero estupor. Hoy, me escandaliza sólo pensarlo. Ni que decir, que nada cambio en sus vidas. Todo siguió igual, porque el problema no se escondía ahí. 
  Llevaban más de 70 años sin dar con la solución al problema. Ni se acercaban. Volar en Menorca no es volar en cualquier lugar, pero equivocaban las formas, el fondo, erraban en casi todo. 
  Llego un momento, en el que aquí se depuraban los cuadros reproductores enviando pichones a derbys en la península. En la isla no respondía nada, pero delataba el estado de animo local.
Poseo emails de Pedro Mir, en los que sus desesperación era mayúscula, y puesto en el contexto de hoy, no me sorprende. Ya iréis viendo el resto de la historia.


(Continuará...)



PabS.

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