La vida, el destino, quien sabe, pero el caso es que tuve la fortuna de nacer en tierras del norte de la península, por lo que se puede deducir que soy un tipo feliz .
No me considero mejor ni peor que nadie pero el entorno en el que me ha tocado vivir desde que era un crío me hizo tener un contacto muy estrecho con la naturaleza y sus entresijos. Me enseñaron a pescar , cazar y ante todo a respetar a la naturaleza. Sus ciclos, sus huéspedes, su entorno. Como apunte, ahondando en la misma idea y para que me conozcáis un poco más, en mi más tierna juventud fui un ferviente seguidor de aquellas obras de arte semanales del gran Félix Rodríguez de la Fuente, verdaderas enciclopedias de la vida. Aquellos programas me marcaron. Me encandilaban sus relatos, su narración, la música, y como no, sus maravillosos protagonistas, y tras el fin de cada una de aquellas joyas transcurría lentamente la semana en espera del próximo lingote.
En no pocas ocasiones en mi vida me he topado con personas que no entienden mi condición de cazador, matar animales, pescarlos, y las discusiones giran en torno a tan controvertido debate, y son rápidamente zanjadas con un simple , ¿pero comes carne? ¿te gusta el cordero? ¿comes lo que cazas?.
Si, efectivamente soy cazador, pero por encima de todo soy persona y amante de la naturaleza. Como lo que cazo, pues es algo que resulta innato en mi. Fui educado bajo esa cultura. Del mismo modo que no creo que haya nada más inocente que un tierno cordero mamando de las ubres de su madre, creo que no hay nada más cruel que aquel que lo mata y se lo come y precisamente no tiene porque ser un depredador. El género humano en ese sentido es lo peor. Estamos en la cúspide de la pirámide y parece que nos asiste el divino derecho de matar todo lo que se mueve. Y creo que hay unas reglas no escritas que deben respetarse. Son esas reglas las que yo pienso mostrar a mis hijos.
Mi intención con esta breve introducción no tiene otro objeto que presentarme ante vosotros como cazador, pescador y proyecto de colombófilo, pero ante todo, como amante de la naturaleza. Mostradas las cartas sobre la mesa, me gustaría verter una pequeña reflexión del que para muchos colombófilos fue, es y será “el gran problema”: La presencia de Halcones , azores , y gavilanes .
Para la inmensa mayoría la mera presencia de estos incómodos animales supone un gran problema de difícil solución. Para otros, muy pocos, paradójicamente una gran ayuda. ¿Comoooo? Pues muy sencillo, en mi caso, tuve la suerte de conocer a un colombófilo que me supo trasmitir tranquilidad con respecto a las rapaces y me hizo entender su valor como mis fieles entrenadores. Hasta tal punto lo logro que sus reflexiones frenaron mi instinto cazador sobre ellas y aprendí a verlas casi tan inocentes como el corderillo que amamanta su madre antes descrito.
No, no estoy desvariando. Observo a diario colombófilos desesperados por los ataques de azores, halcones y gavilanes. Creo de veras que ni son colombófilos ni amantes de la naturaleza y os recuerdo que soy cazador y la persona que hizo que fluyera en mi esta idea de narrar este articulo es asimismo colombófilo, pero también y por encima de todo amante de la naturaleza.
Vamos a situarnos. Ubiquemos el relato en un bonito pueblo sito en Aya en el alto de Orio próximo a San Sebastián. Principios de Marzo del presente año. Mi compañero de club Aitor me manda por whatsapp la foto de un gavilán que acababa de entrar en su palomar esa misma mañana y que había dado buena cuenta de una de las palomas favoritas de su hijo Ibai. En la instantánea se apreciaba un gavilán alojado tras unos barrotes en su particular “corredor de la muerte”. Sus ojos delataban ese miedo nunca antes conocido por él. Esperando, tan sólo esperando el dictamen del “supremo juez”, el ser humano.
Ibay, un chaval de 10 años estaba en el colegio, y su padre Aitor no tomaría medidas hasta la llegada de su hijo. El gavilán debía pagar por aquello. La sentencia era firme. El instinto de aquel animal le había jugado una mala pasada. Querer alimentarse un día más nunca fue tan injusto.
Al recibir la foto no se me ocurrió otra cosa que compartirla por whatsapp y explicar lo ocurrido a varios amigos colombófilos o cazadores de la península y Baleares .
Todos coincidieron con el mismo primitivo razonamiento: ¡Estos bichos nos van a comer, hay demasiados, no hay equilibrio! etc, pero hubo uno entre todos ellos que mostró gran interés en querer la libertad de aquel animal, tal y como él lo expreso. Me resulto absolutamente sorprendente. El caso es que se trataba de un colombófilo campeón, lo cual reforzó todavía más mi sorpresa. Me dijo: “Ion, dile a tu amigo Aitor y a su hijo Ibay que les regalo dos pichones de calidad por la libertad de ese animal”
La idea me maravilló, más aún siendo cazadores como es mi caso y el del propio Aitor, pero el mensaje me cautivó y se lo hice saber rápidamente a Aitor. Éste y aunque extrañado me dijo que lo hablaría con su hijo y me diría algo por la tarde. En este punto de la historia la libertad del gavilán quedaba a expensas de la decisión que tomara Ibay, hijo de un cazador colombófilo al que el gavilán le había matado una de sus palomas preferidas. Demasiados sentimientos encontrados. En realidad este tipo de situaciones son habituales y no suele haber indultos de ningún tipo. Es algo cultural que no admite razonamientos de otra índole. Llegados a este extremo la situación del gavilán era más que delicada.
Hoy es el día que Ibai está esperando los pichones de las islas Baleares y es un poco más amante de la naturaleza y contenido cazador.
Para que esta historia se haya hecho realidad, ha debido mediar el que para mí es un grandísimo colombófilo pero mejor persona y por encima de todo, gran amante de la naturaleza como es Pablo Suárez Revuelta de Menorca .
Muchísimas gracias por tu gesto, tu lección y espero algún día poder estrechar tu
mano.
El enlace de la liberación del gavilán en https://www.youtube.com/watch?v=n3RL22XflfU
Ion Zinkunegi