miércoles, 7 de diciembre de 2016

Campeones de otro tiempo.


Hoy os acerco otra breve entrevista realizada en el año 1975 a un campeón regional de fondo de la época, Don José Lladó Bonet.
Son entrevistas escuetas, fugaces, al pie, pero dejan un poso de lo que por aquellos tiempos circulaba.



La publicidad del comprobador suizo STB tampoco nos deja indiferentes.

Me interesa lo antiguo pero no lo magnifico. He tenido la oportunidad de conversar con colombófilos de antaño porque me atrae el contraste, y de estos supervivientes de la colombofília antigua, de la del rossor,  en unos casos me llama la atención sus formas porque preservan las reglas de oro de nuestro deporte, y en otros casos me disgusta lo que escucho porque están anclados al pasado, con mentalidades muy conservadoras incapaces de sobrevivir a la propia evolución de los acontecimientos.
Todo está inventado para que negarlo, pero para avanzar hay que romper algo en algún momento.
Estos días que todos en la isla comenzamos a mover los pichones uno percibe que la mayoría no respeta una de las reglas más sagradas de la colombofilia. La muda. 
No salgo de mi asombro viendo entrar pichones en mi palomar perdidos subiendo la novena o décima remera. No hombre no.
La respuesta sencilla, la cómoda y simplona y sin duda poco madurada es que en la isla hay poco kilometraje. 
Pongámonos en situación. Por la isla dada la presión de peregrino de la época con la llegada masiva de los amigos del norte, cruzar la isla no es garantía de volverlo a conseguir. Se pierden muchas palomas porque estos meses de Noviembre y Diciembre son los peores para comenzar a mover a nuestro ejército.  Es muy alto el precio que pagamos por unos campeonatos nacionales de pichones o por adelantar la temporada y con ello ganar una suelta antes de tiempo. Prefiero comenzar en Enero. 
Tan sólo hay que abrir la ventana del palomar para darse cuenta que palomas tardan minutos en salir y quienes salen de inmediato. Que palomas se van si titubear al peñón y cuales dan meda vuelta y se cobijan bajo la seguridad de los alrededores del palomar hasta que esa incipiente décima haya subido completamente. Todo eso no sólo lo afirman los libros, lo certifica la paloma. Tan sólo hay que escucharlas.
Naturalmente que con la novena y la décima vuelan. No lo pongo en duda, pero la paloma necesita todas sus plumas para defenderse al margen de lo que ese proceso le supone. 
La vida le va de medio segundo de diferencia. Si fuera la nuestra la que estuviera en juego otro gallo cantaría.


Pabs.