En mis primeros pasitos como colombófilo, todavía daba algún coletazo la descendencia de una pareja de Martha Van Geel, que mi club le había comprado en la década de los 90. Cada año se criaban un número de pichones y se repartían entre sus socios según sorteo. Creo, y no lo podría asegurar, pues para mi no son recuerdos, sino palabras que llegaron a mis oídos, pero como os comento, creo que cuando todos los socios tuvieron su pichón, la pareja fue vendida fuera de la isla.
Este singular hecho, adquirir una pareja como club, hoy sería impensable. Habrán transcurrido algo más de 20 años de aquello, pero son tantas cosas las que han sucedido desde entonces, que siendo honesto, un hecho como el narrado, al menos para mi, sería hoy sorprendente. Eso nos da una idea de la evolución que nuestra colombofília ha sufrido en un par de décadas.
También hay que entender que por aquellos años, aunque la diferencia era real, nada de lo que se traía a la isla funcionaba. No lo hacía porque las dificultades de volar en Menorca hasta no hace mucho eran terribles. Nada funcionaba con un criterio lógico. El mar lo tragaba todo.
Tuve el placer de conocer a Martha en el año 2009 en un viaje que para mi fue irrepetible por muchas circunstancias. Cuando comencé en la colombofília y leía retales de por aquí y por allá, me sorprendió encontrar entre las estrellas del firmamento del momento, a una mujer colombófila, más que nada por lo inusual. Con el tiempo conocí su historia. Hoy os acerco un pedazo de la misma. Que la disfrutéis.
Entrevista que data del año 1987, extraída de la publicación de la revista de la Federación Colombófila Española.
Pabs.