La colombofilia es esencialmente emoción, ilusión, brillo en los ojos. ¿Alguien osa poner en duda eso?. También conlleva grandes dosis de envidias y de ególatras desmedidos. Aunque todo eso aparece con el tiempo. No viene adherido a la afición por estos bellos animales. Esa costra nos la descubre el paso de los años.
Eso sí, los inicios son siempre tiernos y esponjosos. Recuerdo con gran nostalgia aquellos primeros meses de 1985. Acabábamos de dejar atrás A Coruña y toda la familia emprendía una nueva vida en la majorera Fuerteventura. Se nos notaba felices, como aquel que comienza un nuevo viaje y es consciente de que se lo va a pasar bien. De que la tormenta ya pasó.
Mis recuerdos de aquellos primeros días en la isla están inundados por una atmósfera mágica. Había vuelto a salir el sol, y se notaba en nuestros rostros. Puede que en ello tuviera algo que ver el contraste con el invierno gallego que dejábamos atrás. No lo sé, la inocencia de un niño no alcanza para tanto.
Lo que no se me olvidará jamás fue aquel nuevo escenario, aquella agradable temperatura cuasi tropical. Aquel verano permanente. Todo había cambiado para nosotros.
El paisaje majorero me impactó. Tan diferente al gallego, tan opuesto a todo lo que habíamos vivido. Veníamos de donde los árboles eran grandes protagonistas, a una isla donde encontrar un sólo árbol era suficiente para organizar una fiesta. Por algo será que de camino al pueblo, pasabamos cada día por otro al que denominaban socarronamente el Matorral.
Mi gran amor por los pájaros comenzaba a brotar esos primeros meses de aquel inolvidable año. Recuerdo como al pasar por una pajarería que estaba situada por el centro de Puerto del Rosario, yo aprovechaba aquellas idas y venidas con mis padres y me quedaba petrificado, atento, con mis ojos clavados en un precioso periquito blanco alojado en una jaula metálica, que observaba con curiosidad a todo el que paseaba por ese escondido callejón. Tras muchas visitas, como todo niño que sólo sabe pedir, finalmente conseguí mi preciado botín.
Ese periquito blanco fue el principio de todo. Lo sacaba con frecuencia de la jaula y había que ver como se las gastaba el puñetero. Mordía que parecía que Darwin se hubiera quedado corto en su teoría. Su pico daba la sensación de afilados dientes. Los pájaros habían colonizado mis pensamientos.
Recuerdo mi primer día de colegio, San José de Calasanz se llamaba aquel centro. Mis primeras visitas a su biblioteca, donde ojeaba libros de pájaros. Uno en concreto, titulado Zaro y el Azor me marcó especialmente. Todos los pájaros eran objeto de mi incipiente curiosidad en aquella nueva vida en las afortunadas.
Los cuervos, los cernícalos, los alimoches, las calandrias en la ladera de la montaña que teníamos detrás del jardín de casa. Todo me resultaba mágico. Todo me hacia mirar al cielo.
Mi primer bautizo con las palomas llego meses después. Lo recuerdo como si fuera hoy. Por aquel entonces era común que los chiquillos capturaran mensajeras perdidas de las sueltas, hambrientas y sedientas. Éramos verdaderos cazadores de sueños.
Donde fueres haz lo que vieres. El día que capturé mi primer sueño perdurará para siempre en mi memoria. Fue una tarde después del colegio. De esas tardes con pan y chocolate en la mano. Ese día mi sueño tomo forma de paloma, una hembra pinta del año 1983. Y también recuerdo su primera pareja, un macho rodado del mismo año. Tras eso, como el que se casa y hace planes de vida, mi primer palomar, construido por mi padre aprovechando un cruce de paredes. ¿Que haríamos sin los padres?.
Más tarde en el tiempo, sueltas entre amigos, etc. Verdadera nostalgia es la que siento al escribir estas letras. Quizás, es la parte naif que todo deporte posee. Los inicios siempre son mágicos y verdaderos. Auténticos.
Lo que vino después, es diferente. Cuando comienzas ves a la montaña, te sientes fuerte y crees que la escalarás sin problemas. Todo paso deja trás de sí a otro. Uno no es consciente de las dificultades, porque nuestra mentalidad es poderosa, positiva, y no está viciada por las frustraciones de los demás.
En un viaje de este tipo suceden muchas cosas, buenas y malas. Vas ganando en experiencia y conocimientos, pero también vas perdiendo esa mirada dulce que tiene este bello deporte, aunque parece ser que esto no es un legado exclusivo de la colombofilia. Sucede en casi todo en la vida. Va ligado a la propia naturaleza del hombre.
A menudo reflexiono con comenzar otra afición de nuevo. Buceo por internet, todo vuelve a ser de cuento de hadas, uno lee lo que te va cayendo, y lo haces desnudo, no condicionado por nada ni por nadie, sin esa experiencia y conocimiento que te da el tiempo, y por un momento se hace el silencio y todo vuelve a ser como antes. Te vuelves a sentir nuevo, inocente, puro como aquel niño que jugaba con su periquito blanco. Por un instante vuelves a ser un auténtico cazador de sueños, que es lo que somos todos al comenzar cualquier cosa.
No obstante, todo en la vida nos acaba por cansar, necesitamos descansos o enfoques diferentes para volver con más fuerza. O simplemente cambiar de tercio.
Cuando comienzas y tienes cierto ánimo competitivo, te sientes como si salieras a correr una maratón y fueras de los situados en la parte de atrás del pelotón, sales en el último cajón y tu objetivo es acabar en el primero aunque no estés preparado. Crees, desde la inocencia de tu imberbe experiencia, que se trata tan sólo de correr, de caminar rápido, de escalar posiciones, de adelantar sin mirar atrás ni a nada ni a quien.
Con el tiempo descubres que quizás puedas llegar, pero que en realidad aunque seas capaz de hacerlo, todo es un espejismo del cual algunos proclaman como realidad y otros engañados llegan a creérsela. Y si llegas ¿qué?.
La colombofilia no es un oasis al margen de las desigualdades sociales y económicas que viven otros deportes. La injusticia rodea al deporte y a nuestras vidas en general y es así porque es el propio ser humano el que dicta las normas, y éstas por naturaleza tienden a ser injustas. En el mejor de los casos son las menos injustas de todas las que se puedan redactar. Se trata de aceptarlo.
El año que viene, Marbella y Ayamonte aguardan a un cazador de sueños que olvidó por el camino el verdadero significado de sentirse depredador.
Pabs (cazador de sueños).