El verano está en su máximo esplendor. En estos últimos días de Julio se nota especialmente el latigazo de sus calores. Difícil esconderse de su presencia. Omnipresente.
Personalmente poco o nada de tiempo por las palomas. Quizás estas primeras horas de la mañana, donde la familia duerme y los primeros rayos son sólo un proyecto de día, me permiten acercarme al palomar y poco más.
El día da muy poco de sí en lo colombófilo. Darles de comer y anillar algún pichón. Se trata sin duda de un año diferente. Prácticamente no estoy rotando las parejas algo sagrado en mi hoja de ruta habitual. Si sigo haciéndolo en mi cabeza y más aún sobre una libreta que utilizo a modo de borrador, pero no en la práctica que es lo que cuenta. Todo ha cambiado.
Siempre he pensado que desde que adquirimos el peso y talla definitivos que nos acompañara el resto de nuestra existencia (bueno en el caso de la primera variable habría mucho de que hablar), el resto viene a ser un "morir" lentamente. Todos lo hacemos. "Morirse". Es un proceso lento en el mejor de los casos. En el mío además viene aderezado con dolor, uno que me da la sensación de que me acompañará para siempre en ese precioso viaje que es la vida. Y eso te marca. Te cambia. Creo que mientras me lo pueda permitir, siempre habrá palomas volando por el cielo de mi jardín, pero cada vez son más los momentos en los que uno comprende las costuras de este entramado que llamamos vida.
Con este panorama, mi gran comodín sigue siendo poder ofrecer a mis pupilas libertad diaria. Oxígeno, sol, y baños diarios. Con semejante magnífico tridente, vinagre de manzana a menudo y no descuidando la vacunación, respiro tranquilo. Me anima la experiencia del pasado. Esa libertad que da desarrollo físico y psíquico. Esa que otorga querencia y atracción al palomar y un sin fin de aventuras veraniegas que deja incontables heridas de guerra, fracturas y bajas. Sin lugar a dudas es un peaje, pero no me planteo si lo hago con o sin gusto. Simplemente lo estimo necesario, vital.
Prefiero pensar que son como los buenos cerdos de bellotas, los auténticos pata negra. Buena comida y libertad. Limpieza bajo mínimos, y palomar seco. Activando defensas por doquier.
Verles volar me anima. Lo hizo siempre. No por la duración de sus arrancadas pero si por lo constante de su aleteo a lo largo de un día. Es momento de divertirse y de aprender. Ya llegará el momento en el que encargue sus trajes para la gran batalla.
En ese estado de gran libertad la nueva hornada por ahora no se ha decantado por veranear en el peñón. El verano es muy largo. Queda tiempo.
Al efecto recuerdo lo que para mi no dude en bautizar como el mejor entrenamiento del mundo. Sucedió ya hace unos años y fue una extraordinaria campaña deportiva. Disponía de tiempo para ver y valorar sus vuelos diarios y aprovechando los acontecimientos decidí ponerlo en práctica. Sucedió como suceden estas cosas, por pura improvisación.
Corría el mes de Enero en el calendario. Tiempo por estos lares para afinarlas para la batalla. Las palomas como casi cada año habían adquirido el vicio veraniego de volar hacia el peñón.
Tras liberarlas cada mañana salían como un resorte hacia su mágica piedra. No daban ni media vuelta. Aquello rompía mi esquema de entrenamientos. Era muy consciente de que necesitaba otras cosas en ese momento. Tampoco podía valorar cómo y cuánto volaban. Suponía un gran y serio contratiempo.
Todavía no había separado sexos, lo cual facilitaba aún más probar aquello que se me acababa de ocurrir. Y lo hice.
A mi lo que me interesaba era ese vuelo continuo en el aire. Que se pusieran serias. Muscular y dar forma a lo que ya de por sí había hecho el verano. En definitiva, poner orden en el gallinero.Sabía que se iban a volar a la costa, a 4 km de mi palomar. Así que ni corto ni perezoso, coloqué una bandera en el palomar, agarré un libro por si las cosas se torcían y no salían como había diseñado y me dirigí al peñón. Al llegar, allí estaban, volando. Como siempre. Y lo hacían muy bien. Me senté a presenciar aquel magnífico espectáculo y simplemente las observé embobado. Mi presencia las incomodaba aunque he de decir que traté con mis medios de que su estancia en el peñón no fuera tan cómoda como lo había sido en el pasado. La respuesta de las palomas fue la lógica en estos casos. Regresaron, tras un vuelo de 20 minutos por aquel precioso mar a casa. Yo me quedé allí, "acomodado" en una punzante roca, amenizando la espera leyendo un libro que versaba como no, de colombofilia. Las palomas al regresar a casa se toparon con la bandera que estratégicamente había dejado allí. Volaron otros 15 ó 20 minutos y vuelta al peñón.
Mientras tanto yo seguía allí, pasando páginas. Y sucedió lo que me atrevo a calificar como el mejor entrenamiento del mundo. Las palomas fueron yendo y volviendo, del palomar al peñón y viceversa, por espacio de hora y media o dos, que fue el tiempo que yo decidí volver a casa. Fue un verdadero espectáculo. Volaban se adentraban en el mar, centenares de metros, aleteaban serias muy serias. Mi presencia era un estorbo, así que iban y venían del peñón al palomar. Allí también volaban, y otra vez para el peñón. Las siguientes semanas siempre que me fue posible repetí lo que os cuento. Aquellas palomas se entrenaban en lo físico, pero había cambiado el cómo lo hacían. A diferencia de cualquier otro palomar en el mundo, éstas lo hacían en un marco de 4 km lineales con repetidas y constantes idas y venidas. No tenía precio. Y los resultados fueron brutales.
No puedo imaginarme mejor sistema que ese. Uno donde liberas a tus palomas y salen a volar hacia el mar a 4 km de tu casa, y aquello se convierte en un entrenamiento físico pero también en un ejercicio psíquico, de orientación o similar.
Quien sabe, imaginaos que cada mañana cuando dais permiso de vuelo a vuestras niñas les pudierais susurrar al oído, hoy id a tal punto situado a 20 km y volved. Y cuando regreseis , volved otra vez. ¿Estamos en presencia del entrenamiento del futuro?
De este modo fue como descubrí el mejor entrenamiento del mundo para palomas mensajeras ;).
Pabs