sábado, 23 de septiembre de 2017

La tentación de adentrarse en lo desconocido.

  Se suele afirmar, con o sin razón, que esta vida son dos días, y viendo como está el mundo, eso, en el mejor de los casos, es el tiempo que nos queda. No deberíamos atragantarnos con bobadas. 
  A menudo me pregunto el porqué de escribir en este rincón. Quizá sea mi válvula de escape, quizá necesito hacerlo. En el pasado esa válvula estaba monopolizada exclusivamente por mis palomas. Hoy la reparto entre muchas cosas.
  Hay días en los que nos levantamos opacos, faltos de positivismo, un tanto grises, cuestionándonos todo. Soy de esos "plomos" que tanto en mis días grises, blancos o negros, no paro de darle vueltas a las cosas. Lo llevo en la sangre, me entretiene, pero me genera unos enormes dolores de cabeza y sobre todo me conduce a muchos caminos sin salida. 
 Aquellas mañanas que nada más abrir las ventanas del palomar puedo observarlas salir a volar con esa fuerza que las caracteriza, reconozco que es uno de los momentos más agradables del día. Sedante natural que supera con creces a otros de tipo químico. Hay algo de magia en ese momento, sin duda. La mañana recién desperezada, los primeros rayos del sol dibujando sombras a tu paso, esa hierba mojada que desprende un caduco aroma a campo, y por fin, mi bando de palomas volando alto y lejos. Es una emoción fugaz, dura tan sólo unos breves instantes, pero de tal magnitud, que ya deseas que amanezca otro día para que vuelva a suceder. Supongo que son las locuras propias del colombófilo. A buen seguro, alguno de vosotros se sentirá identificado con mis palabras.
 El texto de hoy es antiquísimo pero deja una lección para el recuerdo que no deberías olvidar.





PabS.